“Yo te consagro Dios, porque
amas tanto;
porque jamás sonríes; porque siempre.
debe dolerte mucho el corazón.”
porque jamás sonríes; porque siempre.
debe dolerte mucho el corazón.”
(DIOS. Cesar Vallejo)
El espacio exterior. Algún momento
entre ayer, hoy y mañana, quién sabe
Una
estela esmeralda cruza la negrura infinita del espacio. Uno puede haber leído
los más impresionantes relatos de ciencia ficción, visto cada Space Opera
conocida, pero en lo que respecta al espacio exterior, sólo quien lo ha
recorrido más de una vez puede decirte con exactitud lo que realmente es: un
deprimente desierto infinito. No hay nada fascinante allá afuera, sólo la
certidumbre de estar rodeado por una soledad absoluta y agobiante.
El
hombre vestido de verde lo entiende mientras sus ojos se desvían un instante
con indiferencia hacia el orbe azul suspendido en las tinieblas al que está
condenado a proteger.
“La
Tierra”- piensa, como quien piensa en una goma de mascar pegada a la suela de
su zapato-. “¿Cuántas veces ha estado en peligro esta semana, diez, veinte,
tres millones?”
Esa
es otra cosa que nadie te dice sobre el espacio; se hace casi imposible medir
el tiempo. Hoy es ayer, ayer fue hace siete millones de años, mañana será ayer
en unas horas. Pero sí, la Tierra fue amenazada muchas veces, y cuando se dice
“muchas veces”, se quiere decir que todo se ha vuelto un rutinario ejercicio
sin honor alguno.
El
hombre vestido de verde ya ni siquiera ve a la Tierra como su hogar. Está pisando
los cincuenta años, el cabello encanecido, el vientre abultado. No hay esposa a
quien amar, ni hijos a quienes contarles sus hazañas. La dulce Carol se fue
hace siglos (¿ayer era mañana?); su último contacto humano. Es difícil mantener
tu humanidad cuando se hace el trabajo de Dios; es difícil creen en Dios cuando
se descubre que el universo es un manto negro salpicado de esferas tan frágiles
como el cristal; es difícil que algo mortal te importe cuando eres Dios.
-Alerta-
susurra su anillo con una voz artificial, mecánica, tal vez inexistente (pues
no hay sonido en el espacio); algo que sólo su divina presencia o su mortal
esquizofrenia son capaces de oír-. Peligro inminente. Amenaza alienígena
acercándose hacia…
-La
Tierra, sí- interrumpe con un suspiro cansino-. ¿Y qué es ahora, anillo? ¿Un
tiranosaurio morado que vive en mi mente? ¿Una niña de mil ojos? ¿Algo que
nunca he visto? Eso estaría bien, supongo, pero… no… Sería imposible. A esta
altura de las cosas, ya lo he visto todo.
Y
con la decepción propia de un dios asqueado de su creación, el centinela
esmeralda ve llegar a la amenaza. Algo patético, algún criminal fugado de una
prisión ruinosa o un ebrio con aires de grandeza al que el alcohol que ha
bebido en una cantina espacial maloliente se le ha subido a sus tres cabezas
deformes. Nada que el dios esquizofrénico y cansino no pueda poner a raya con
su anillo.
-Estás
muy lejos de casa, muñeco- le dice a ese otro, sabiendo que no tiene
importancia, que no puede oírlo-. Deberías volver antes de que el espacio te
haga olvidar lo que es una casa en primer lugar.
El
agresor dice algo, lo sabe por la manera en que sus bocas gesticulan; tampoco
tiene importancia. El dios de jade sabe todo lo que va a pasar; sabe que el sujeto le disparará con
su arma de rayos amarillos, que el color amarillo ya no puede afectarlo, que al
enfrentarse cuerpo a cuerpo no recibirá daño alguno. Siempre es así, todo es
tan igual como la oscuridad inmensa del espacio… Si tan sólo valiera la pena,
si la Tierra significara algo…
Entonces
la voz de alguien resuena en su cabeza. “Déjalo ir”. Y la reconoce, es la voz
del humano en él. “Ya no es nuestro problema, todos se han rendido, déjalo ir
tú también.” Y por primera vez en todos sus años de eternidad, la indiferencia
le da paso a la cordura, el único instante de lucidez real del que dispondrá.
-Anillo-
murmura-, desactiva el campo de fuerza.
En
menos de un segundo la luz verde a su alrededor se apaga para siempre; un rayo
amarillo atraviesa el débil cuerpo de un anciano que ha muerto mucho antes, sin
oxígeno.
El
alienígena observa la escena con horror. Esto no debería haber pasado, no así…
¿Qué había hecho? Había matado a un policía espacial, ahora todo el peso de la
ley le caería encima… No, él no quería eso y…
Huir,
claro… Refugiarse en algún lugar lejos de la escena del crimen, salvaguardarse
hasta que el peligro pasara, si es que acaso pasaba alguna vez.
La
Tierra se ha salvado una vez más. Un cuerpo sin vida se desplaza ahora por la
oscuridad infinita como en un eterno funeral vikingo.
-¿Así
que tú eres la hija del jefe, eh?- dice un hombre en un pasado remoto-. ¿Tienes
un nombre o debo llamarte solamente “dulzura”?
-Carol-
responde una mujer ruborizada y de sonrisa nerviosa-. Carol Ferris.
-Carol,
bonito nombre- asiente el hombre mientras paladea una cerveza-. Yo soy Hal, Hal
“el As” Jordan; un placer conocerla.
Y
mientras el cadáver de una leyenda se aleja para siempre, un diminuto anillo
esmeralda se precipita hacia la Tierra a una velocidad impresionante.
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